lunes, 6 de octubre de 2014

El cuento de cómo llegué a la luna y empezaron mis temores a las alturas.

Érase una vez un niño, no importa el nombre, no importa la edad. Era un niño con sueños y juguetes, con mirada inquieta y pelo revuelto que un día mirando la tele sin ver nada, vio su futuro. Este niño quería pisar la Luna. Quería ir más allá de los sueños, de los juguetes, de las miradas y del corazón roto del amante torcido. Quería naves espaciales en su pijama y estrellas en el techo. Quería ser Capitán de un barco hacia la Luna y cazar estrellas con una caña de pescar. Un día este niño consiguió su sueño, podría pisar la Luna, podría engullir el universo, podría hacerlo.. solo. Y así fue como llegó a pisar la ingravidez de sus sentimientos. Miró hacia un lado y hacia otro, allí estaría a salvo, nadie podría hacerle daño. Pasados unos minutos volvió a mirar hacia un lado y hacia otro, pero ésta vez sí vio a alguien. La oscuridad del universo, la luz de la nave y el cristal de su casco le devolvieron una imagen. Era él. No estaba solo. Estaba consigo mismo. Esto le hacía sentirse más solo aún y recordó los besos antes de las bofetadas, las caricias antes de la muerte, las flores antes de las patadas. Y recordó también como las bofetadas le hicieron fuerte, como la muerte le hizo evolucionar y como las patadas le hicieron dar pasos hacia delante.. Entonces volvió a ver su imagen en el casco y lloró. Le faltaba el oxígeno a pesar de tener bombonas y bombonas solo para él. Volvió a mirar a cada lado y vio la nada. Entonces tuvo vértigo, vértigo de no saber volver a casa.